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Respuesta corta
Los títulos académicos no garantizan la verdad: muchos profesores y académicos han difundido falsedades flagrantes sobre Israel, con cero pruebas. Esto no es «erudición crítica», es antisemitismo disfrazado. Cuando la parcialidad sustituye a los hechos, las credenciales se convierten en un escudo para la propaganda.
Cuestiona el argumento, no sólo el título. Y sí, hay innumerables casos documentados de académicos que tergiversan la historia, inflan el número de muertos y niegan la conexión de los judíos con su patria.
Respuesta larga
Ser académico no convierte automáticamente a alguien en honesto u objetivo… especialmente cuando se trata de Israel. Algunas de las falsedades más escandalosas han procedido de personas con títulos prestigiosos y afiliaciones universitarias. Profesores y académicos han utilizado repetidamente sus plataformas no para iluminar, sino para engañar, a menudo impulsando narrativas que carecen de fundamento fáctico y están motivadas ideológicamente.
Joseph Massad, de la Universidad de Columbia, por ejemplo, ha comparado el sionismo con el nazismo y ha acusado falsamente a Israel de genocidio, afirmaciones que ignoran tanto la historia como el derecho internacional.
Judith Butler, conocida académica, describió en una ocasión a Hamás y Hezbolá como parte de la izquierda progresista global, ignorando convenientemente el hecho de que ambas son organizaciones terroristas reconocidas internacionalmente con objetivos abiertamente genocidas.
E Ilan Pappé, uno de los favoritos entre los activistas antiisraelíes, admitió abiertamente que su agenda importa más que los hechos: «Utilizamos los hechos… pero los interpretamos de forma que sirvan a nuestra causa». El estatus académico no es garantía de verdad, especialmente cuando la ideología triunfa sobre las pruebas.No se trata de casos aislados. En todas las universidades occidentales, los estudiantes reciben clases y literatura que niegan los vínculos históricos del pueblo judío con la tierra de Israel, presentan a Hamás como un movimiento de liberación legítimo o repiten cifras de víctimas y afirmaciones de «crímenes de guerra» directamente de fuentes controladas por Hamás, sin verificación ni escrutinio.
No se trata sólo de desinformación; es producto de una cultura académica rota, en la que el antisemitismo/antiisraelismo se reenvasa como teoría crítica y se premia como crítica poscolonial. El peligro reside en cómo la propaganda se esconde tras las credenciales académicas.
Cuando los hechos se sustituyen por prejuicios, el doctorado se convierte en un escudo para la deshonestidad, no para la perspicacia. Y cuando las universidades miran hacia otro lado, legitiman la desinformación que alimenta el odio. En la actualidad existen numerosos ejemplos públicos que demuestran cómo se hacen pasar por eruditos relatos distorsionados y contrarios a Israel.
Esto no es marginal, es dominante.
Por eso los argumentos deben juzgarse por las pruebas y la lógica, no por el título de la persona que los presenta.